Los libros que leí

...me atormentan tras los cristales de los muebles de Ikea que los alojan. La gente me pregunta constantemente qué libros debe leerse y no sé qué decirles, porque he olvidado los que he leído. Cobro dinero por decir qué me parecen libros que me leo sin pausa, y al final no sé si estoy engañando a mis lectores o a mi mismo.
Los libros que leí se ciernen sobre mí como una pesadilla cuando recuerdo que ya no los recuerdo. Y cuando se muere Salinger (o cualquier otro escritor) me doy cuenta de que sólo queda vivo en mi memoria el nombre de aquel protagonista que se inventó hace tanto tiempo, y poco más (y a veces ni eso).
Las cosas que leí, los desamores, las traiciones, las despedidas, los llantos, las alegrías, los paisajes, los rostros amables y los pavorosos, deben estar por ahí dentro, dando vueltas por los circuitos de la memoria, ocupando un espacio en mi cerebro que soy incapaz de encontrar. Por más que despliegue, una y otra vez, los mapas del recuerdo.
Algunas veces abro libros que leí, los hojeo por encima, reviso nombres de ciudades y de personas que me fueron familiares y con las que sufrí, amé, lloré, o a las que quise mucho o detesté. Y me dan ganas de volver a leerlos, porque me aflige esa descortesía de haberlos olvidado.
Los libros que leí, irremediablemente, forman parte de mi propia forma de ser… y me estoy olvidando de mi mismo.